Todo sucedió de casualidad. Y esa casualidad se la debo al hecho de volver a fumar, sí,  después de siete años(que gilipollas pensaran todos, pero la vida es ...)

Bueno pues todo sucede, desde nuestro balcón, al cual salgo a fumarme ese cigarro, ya que soniquete no quiere que fume dentro de casa(aunque lo hago a escondidas, solo a veces). Desde que lo hago, disfruto por vez primera de lo que el balcón de nuestra casa, me ofrece, y es el mundo, pasar debajo de ti, frente a ti, a tu lado, o como quieras denominarlo, pero pasa.

Un día y otro ves pasar a la gente de un lado a otro, y te das cuenta que unos y otros se paran justo debajo y tras unos segundos, siguen su camino. Y yo tras muchas caladas al algodón, descubro que vivo encima de un restaurante, el cual en una pizarra escribe el menú que ofrece a todo aquel quiera entrar dentro. Y es entonces cuando yo empiezo a reflexionar sobre la actitud de la gente que pasa debajo y se para, a leerlo.

Es gracioso, porque cuando te acostumbras a ver esas actitudes, te das cuenta que utilizan el mismo tiempo, en leer y reflexionar sobre lo que ofrecen los de debajo, las personas que tienen prisa, los jubilados, los policías municipales, los obreros... Pero de todos ellos me llama la atención dos tipos de personas: los que tienen prisa, y los hombres, sobre todo los mayores.

Los que tienen prisa, me llaman la atención, dado que llegan tarde a su destino, algo en la vida les requiere, pero prefieren leer toda la carta que ofrecen durante unos segundos, y luego salir corriendo, para recuperar el tiempo que han perdido leyendo.

Los hombres, sobre todo los mayores, me impresionan por ese movimiento de neuronas que en ellos se produce al leer tantos platos, y tan suculentos, los cuales saben que no van a disfrutar e su mesa.

Pero al fin y al cabo todos son iguales, pues leen lo que no van a comer. Y lo gracioso de la situación es que los hombres mayores, pensaran en todo eso que se están perdiendo por comer en casa, sin darse cuenta del esfuerzo que lleva el poner un plato encima de la mesa, sea lo que sea. Pero lo piensan. Un alto porcentaje de ellos seguro que no sabrían ni como freírse un huevo, pero siguen quejándose de lo que no van a comer hoy.

Y los que tienen prisa reflexionan sobre lo que de forma ordenada podrán hacer para comer los días sucesivos, ya que hoy, no les da tiempo a  igualar el menú que les ofrecen locales así.

De una forma o de otra cada uno come lo que quiere dentro de sus posibilidades, y de no ser así, ya es hora de que se animen a cambiarlo, para que la siguiente vez que pasen debajo de mi balcón la sensación no sea, una resignación ante lo que les espera encima de su mesa.